Mi princesa esta en otro castillo

Puedo recordar perfectamente el día que comenzó todo. Había llegado a mi castillo el Príncipe Azul. No podía creerlo. El mismo que tantas veces había frustrado mis planes, estaba frente a mí ofreciéndome el corazón de la misma princesa que tantas veces había librado de mis manos.
Pero mis ojos no me engañaban. Ese corazón que me permitiría, una vez más, burlar a la muerte, me era entregado en bandeja de plata por aquel a quien yo consideraba mi más mortal enemigo. Pero la mayor sorpresa me la llevé cuando pidió su recompensa: quería ser mi paladín.
Durante el breve tiempo que pasó a mis órdenes, jamás tuve queja de él. Jamás hubo un servidor más leal y eficaz.
Todo fue bien hasta aquella fatídica noche en que le abrí la puerta de mi alcoba. Puede que, en el fondo, fuese todo culpa mía. No debió entenderme bien cuando le ordené que me la clavase bien hasta el fondo. Pensé que cualquier hombre entendería perfectamente esa sencilla petición. Pero no.
En fin, de nada sirve lamentarme ahora. Siempre había tratado de dar esquinazo a la muerte, pero al final se había buscado las mañas para ganarme la partida y reírse en mi cara.
En mi corto camino al inframundo, aun me queda tiempo suficiente para preguntarme si era un príncipe azul, un caballero negro o ninguna de las dos cosas. Y reflexionar en sus últimas palabras:
-Lo siento querida, pero mi princesa está en otro castillo.